Con esto no quiero decir que si usted no es de ese peronismo se haga cargo. Esta es una editorial escrita y pensada por mí, Antonio Paré. Para nada pongo en la misma bolsa a todos, al menos que usted se quiera sumergir en ella.
Lo sucedido en Rosario en el acto del partido de Guillermo Moreno dejó al descubierto, como nunca antes, el verdadero estado del peronismo santafesino: frágil, improvisado, atado con alambre y cargado de resentimientos internos.
La militancia morenista decidió mimar a Eduardo Toniolli, dirigente con el que mantiene un vínculo cordial. Ese gesto fue interpretado como una mojada de oreja por Agustín Rossi, quien no soportó el contraste y terminó su discurso de la manera más patética posible: revoleando el micrófono, como un boxeador desbordado que no sabe aceptar un golpe.
El exministro intentó defenderse mostrando pergaminos. Elevó la voz y aseguró que toma este desafío “como el de alguien que entiende que las elecciones son una parte de su vida política”. Recordó que empezó a militar hace más de 40 años en Rosario contra la dictadura, que celebró la vuelta de la democracia como “buen peronista y demócrata”, que combatió al liberalismo de Menem y que se emocionó cuando Néstor Kirchner bajó los cuadros en la ESMA.
Con tono desafiante, remató: “No tengo que darle explicaciones a nadie. Soy un militante político, soy peronista, creo en la ampliación de derechos y estoy orgulloso de ser el segundo candidato a diputado nacional de una lista que encabeza una gran militante como Caren Tepp”. Y lanzó un misil hacia adentro: “A militar y a no confundirse quién es el enemigo: el que milita contra otro compañero es un antiperonista”.
Sin embargo, lejos de cerrar con altura política, la bronca lo desbordó: terminó golpeando el micrófono contra el piso, como si el escenario fuera un ring y no un espacio de debate.
¿Ese es el nivel de los “grandes dirigentes” que pretenden conducir al movimiento popular? ¿Es Rossi la figura que se postula como símbolo de unidad mientras hace un papelón frente a su propia tropa? Lo ocurrido muestra la pobreza política y la decadencia de personajes que, en lugar de elevar el debate, se rebajan a escenas grotescas.
El peronismo de Santa Fe atraviesa una crisis de identidad. Los gestos de Moreno y Toniolli marcan un intento de reordenamiento, pero lo que queda en evidencia es que no hay conducción clara. Y cuando la conducción se transforma en berrinche, lo único que se consigue es exponer la miseria interna.
Patético es el único adjetivo que define la actitud de Rossi: lejos de mostrar estatura política, terminó confirmando que la unidad del peronismo no está sostenida en convicciones ni en un proyecto de provincia, sino en tensiones personales, caprichos y micrófonos voladores.
El pueblo santafesino necesita otra cosa: coherencia, seriedad y compromiso real. Mientras tanto, los dirigentes parecen más preocupados por medir egos que por ofrecer respuestas. Y la pregunta es inevitable: ¿hasta cuándo seguirá el peronismo atado con alambre?.