Por Antonio Paré:
En tiempos de crisis y descontento social, urge reflexionar sobre quiénes toman decisiones que afectan a millones. La ineptitud en el poder no es solo una falla del sistema: es una amenaza para toda la sociedad.
Vivimos una época en la que ya no podemos seguir culpando al mundo por nuestros propios actos. La transformación que tanto necesita nuestro país no llegará por arte de magia ni por discursos vacíos, sino por decisiones concretas. Es tiempo de implementar una justicia verdadera: aquella que garantice educación, cultura, seguridad, salud y condiciones dignas para los ciudadanos que, día a día, sostienen esta nación con su esfuerzo.
Mientras tanto, regiones enteras —en especial el campo— siguen siendo ignoradas. Las necesidades básicas no están cubiertas, y el abandono es evidente. Se necesitan políticas eficaces, pensadas con conocimiento y con sensibilidad social, no desde la comodidad del escritorio.
En este contexto, hay una pregunta que debería encabezar cualquier debate democrático: ¿cómo permitimos que personas ineptas accedan al poder? ¿En qué momento normalizamos que la ignorancia gobierne? Porque cuando quienes toman decisiones carecen de formación, empatía y visión, no solo fracasan ellos: fracasa el país entero. Y quien sufre las consecuencias no es el funcionario, sino el pueblo.
La política no puede seguir siendo un lugar donde se refugian los que no tienen otra opción. Debe ser una herramienta de transformación social, conducida por personas capaces, comprometidas y preparadas. Si no se discute esto con seriedad, seguiremos repitiendo la historia.
Es tiempo de exigir más. De exigir líderes que entiendan que gobernar es servir. Porque si seguimos aceptando la mediocridad en el poder, estaremos condenando nuestro futuro, y el de las próximas generaciones.